Mi niña hermosa
A mi niña hermosa le dejaron de gustar las mariposas desde un día en que las vio de cerca, fue una desilusión instantánea, el ejemplo palpable de la realidad versus la expectativa.
A mi niña le encantaba el lodo y sus misterios pero le desesperaba la arena en los deditos de sus pies.
Felicidad era escudriñar cajones y tomar prestado lo que había para crear disfraces que además llevaban pinturas en la cara.
A mi niña hermosa le gustó desde siempre correr y reír, puedo asegurar que no he visto una sonrisa más adorable, capaz de contener, encantar, acompañar y abrazar, que la suya.
Ella canta porque siempre cantaba.
Felicidad era usar vestidos de princesas combinados con tacos de plástico o zapatos tenis y medias de rayas de diferentes colores.
Mi niña hermosa y yo nos encontramos cuando nació y desde ese día nos pegamos la una a la otra, aquel fue una especie de regalo inexplicable. Ella chiquita, indefensa, movía sus piernitas y brazos y yo solo podía amarla. Yo podía pasar horas viéndola, preguntándome, cómo alguien tan pequeñito podía ser tanto amor.
Felicidad es todavía no saber cómo contestarlo.
Mi niña hermosa ha crecido año a año sin darme tiempo a acostumbrarme porque simplemente esos ojos miel que sonríen y me ven a diario siguen siendo los mismos que yo vi en el hospital ese veinte y cinco de mayo del 2005.
Felicidad es escucharla cantar y que su voz penetre todos los espacios de mi vida, desde el pasado al presente.
Mi niña hermosa calla, habla y sueña, me abraza y ya no le gustan mis besos. Sus rizos castaños se mueven con el viento y yo sigo viéndola por horas para no olvidar ningún detalle.
Felicidad es verla seguir un camino que traza sus sueños claros y metódicos sin esperar recompensa.
Felicidad es verla y quedarme de pie con alguna lágrima atravesada en la garganta porque ella ha encontrado sus propios argumentos parara vivir.