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Felicidad

Yo todavía sigo en cuarentena, no comprendo la antigua normalidad y mucho menos alcanzo a comprender la nueva. Parecía que tres meses sería tanto tiempo y la verdad es que no me alcanzó.

 

 

Dentro de mis planes estaban ejercicios diarios, trabajo organizado, limpieza de closets y cajones, adelantar el bordado, terminar mi libro y un rompecabezas. Inicié todo los planes, me falta terminarlos. Antes de la cuarentena me aceptaba antisocial, ahora me acepto con síndrome de la cabaña, me cuadra igual  y no quedo “tan mal” por preferir los árboles a los edificios o escribir a comprar.

 

 

En fin, la nueva normalidad recargada me tiene con grandes vacíos, sobre lo que pasó. Estoy retomando de a poco actividades de trabajo y busco conservar mi felicidad entre los anuncios, las ofertas y los que sin trabajo no tienen que comer.

 

 

En estos noventa días recordé que nunca es tarde para ser feliz y ya que  ser feliz y estar alegre no es lo mismo, puedo perder la alegría por un tiempo pero la felicidad es un privilegio del alma permanente.

 

 

La felicidad es una decisión que nace en el corazón y se transmite de dentro hacia fuera, la felicidad depende de cómo yo enfrento las emociones de la vida.

 

 

La felicidad está en el presente sin juicios ni expectativas, solo existe, acepta y transforma las situaciones que a veces la mente distorsiona.

 

 

Si quiero recordar cómo es la felicidad hablo con un niño y automáticamente me ubico en ese lugar de mi vida donde no hay complicaciones ni decepciones porque las cosas son como son. Los niños son los seres más felices que conozco, ellos son libres desde su corazón y miran el mundo de esa manera.

 

 

Yo pude ser feliz a través de mis hijos, con ellos desde que nacieron aprendí a aceptar el dolor que cargaba en mi vida pero no a vivir a través del sufrimiento. Cada movimiento, sonrisa, palabra, logro o juego de mis hijos llenaba mi corazón de esperanza por seguir. El pasado existía pero de otra manera.

 

 

En esta cuarentena he recibido varias noticias dolorosas, pero las he enfrentado con la paz y tranquilidad de un niño que sabe que son momentáneas y que prefiere prestarle atención a otras cosas que le hacen reír.

 

 

Como por ejemplo Dios por las mañanas, al medio día o en las noches.

 

 

Una película, un pic nic debajo de la mesa del comedor con la comida que hay, música para soñar, las conversaciones con mis hijos, los planes por conquistar su mundo, un té que nos reúne, escuchar para aprender.

 

 

Trabajar, mi equipo de Cirene, las nuevas metas, organizar mi trabajo, escribir, mi familia, un postre en las tardes, las compras el día que uno puede salir, pensar en el que lo necesita, el tiempo.

 

 

Así la felicidad permanece intacta para valorar y agradecer, cualquier plan es posible.

 

 

Frente a una vida tan frágil como la nuestra recordar y preferir la felicidad me hace más consciente de cómo quiero vivir hasta el último día, explorando cada minuto como una única oportunidad.

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